Familia

Crear una cultura de pensamiento en casa

  • 20 noviembre, 2017
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La mayoría de nosotros estamos de acuerdo en que aprender a pensar es una de las habilidades básicas del siglo XXI; destrezas que nuestros hijos necesitan desarrollar para tener éxito en el mundo que les toca vivir. Sin embargo, las investigaciones sugieren que la mayoría de las personas no son muy conscientes de cómo van a resolver un problema ni de qué estrategias son efectivas al enfrentar situaciones simples o complejas, o cómo tomar una posición frente a un tema. Pensar ocurre de forma invisible para los demás e incluso para nosotros mismos. Los pensadores efectivos hacen visible su pensamiento, lo que significa que externan sus pensamientos al hablar, escribir, dibujar o por medio de algún otro método. Al hacerse conscientes de sus procesos mentales, el pensante puede entonces dirigir y mejorar su pensamiento.

Las destrezas de pensamiento son habilidades y procesos mentales que permiten desarrollar la capacidad de:

Observar  – Analizar – Reflexionar – Sintetizar – Hacer inferencias – Hacer analogías – Ser creativos – Solucionar problemas



¿Y cómo puedo enseñar a pensar?

Los padres ejercen una amplia influencia en sus hijos, desde la forma en que se expresan y comportan, hasta los valores por los cuales guían sus vidas. De igual forma, implementando sencillas rutinas, podemos fortalecer el desarrollo de destrezas de pensamiento en nuestros hijos desde muy temprana edad.

Las rutinas de pensamiento a las que nos referimos son estrategias desarrolladas por la unidad de investigación “Project Zero” de la Universidad de Harvard (dentro del marco del proyecto “Haciendo visible el pensamiento”), como estrategias para ayudar a los maestros en el salón de clases. Estas rutinas son perfectamente adaptables al contexto familiar. Se trata de estructuras tan sencillas como un conjunto de preguntas o una secuencia corta de pasos que pueden ser utilizados para diversas edades y contextos. Las llamamos rutinas, en lugar de estrategias, porque se utilizan una y otra vez en la vida diaria, hasta que se convierten en parte del lenguaje cotidiano de las familias.

Una de estas rutinas es preguntar, “¿Por qué lo dices?”, lo cual ayuda a los niños y niñas a describir lo que ven o saben, pidiéndoles que construyan explicaciones. Promueve el razonamiento basado en la evidencia y los invita a compartir sus interpretaciones; igualmente ayuda a comprender alternativas y múltiples perspectivas. Su uso cotidiano al conversar con los hijos es tan sencillo como formular las siguientes preguntas en el momento en que se hace algún enunciado, se observa un cuadro, un objeto o cuando se realiza cualquier otra observación específica:

¿Qué ves que te hace decir eso? ¿Por qué lo dices? (se puede sustituir “ves” por “escuchas”, “observas”, “conoces”, etc.).

Estas simples preguntas piden al niño elaborar su pensamiento y basarlo en evidencia. Al intentar contestar se van construyendo ideas más claras sobre el tema sobre el cual se está conversando.

Veamos el siguiente ejemplo:

Mientras ve una película el niño de 5 años dice: -Creo que ese personaje se va a meter en un problema-. La madre que está a su lado pregunta, -¿Cómo lo sabes?-, -¿Qué viste que te hizo pensar que se va a meter en un problema?- Las respuestas que dará el niño a estas preguntas hacen visible su pensamiento al adulto que lo acompaña, quien ahora puede facilitar aún más la construcción del pensamiento del niño.

Niño: -Es que yo veo que él se quedó solo en la montaña-.

Madre: -Cierto, él necesitaba a un adulto y se alejó del grupo-.

Por su parte, el niño al contestar busca la evidencia de sus propios pensamientos afianzando sus criterios o, al no encontrar evidencia, cambia su opinión anterior.

Usar esta sencilla rutina todos los días, ayuda a nuestros hijos a ser mejores pensadores y a estar más conscientes de cómo construyen sus opiniones y conclusiones. Para enseñar a pensar a nuestros hijos debemos:

Tener expectativas: Pidamos a nuestros hijos que elaboren, comparen, analicen defiendan y justifiquen sus ideas. No basta con tener una opinión hay que saber por qué se sostiene y en qué se basa.

Modelar: Se aprende a ser un buen pensador viendo a otros pensando de manera efectiva. Hagamos visibles nuestros procesos de pensamiento, explicando en voz alta como hemos llegado a una conclusión y no a otra.

Reconocer: Cuando reconocemos que nuestros hijos han realizado un buen proceso de pensamiento, reconocerlo garantiza que se repita, por ejemplo: “Me gusta como evaluaste las dos opciones que tenías antes de decidirte por esta”.

Hoy sabemos que todos nacemos con potencial y que estos potenciales se van a desarrollar a medida que se estimulen y favorezcan. ¡Al implementar esta sencilla rutina puedes lograr que tus hijos sean mejores pensadores!

Contacto: [email protected]

«Déjame Crecer» es una campaña sin fines de lucro que buscar orientar, informar y educar a padres, madres, educadores y la población en general sobre temas que afectan el desarrollo integral de nuestros hijos.

Wara González, M. Ed., Educadora, Directora General del Colegio Kids Create y American School of Santo Domingo.

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Familia

La hipersexualización de las niñas

  • 3 diciembre, 2016
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Teenage girls taking a picture of themselves making faces

Los padres de “Mari”, de 14 años, están muy preocupados porque han visto las últimas fotos de su hija en Instagram. Poses provocativas, insinuantes y sensuales que parecen propias de un símbolo sexual de Hollywood y no de una jovencita de 14 años educada en las mejores escuelas privadas de la capital. Últimamente esta adolescente está más interesada en su apariencia que en cualquier otra cosa. Tomarse selfies, mostrar el cuerpo, hacer poses deliberadas para destacar partes específicas del cuerpo como los labios, las caderas, los senos o los glúteos, la historia de Mari es representativa de muchas otras historias semejantes. Son tan frecuentes que ya han dejado de sorprendernos, y esta incapacidad de la situación para causarnos sorpresa es lo que nos anuncia lo grave de la situación.

El “Institute of Gender in Media” nos indica que niñas de tan solo 6 años de edad ya entienden que deben ser sensuales para ser atractivas. ¿Cómo hemos llegado aquí? Los padres no comprenden que en parte son los responsables de esta conducta; que la conducta de sus hijas es consecuencia de sus propias acciones… Pues en ocasiones son los propios padres quienes han dado pie a una cultura de hipersexualización de nuestras niñas.

Cuando hablamos de hipersexualización o sexualización de las niñas nos referimos a la insistencia, consciente o inconsciente, de tratar a las niñas como objetos sexuales, carnada sexual, o decorado sensual para el placer de la mirada masculina, no solo por los medios publicitarios y el mercadeo de productos, que les incitan e invitan a comportarse de formas no apropiadas para su edad, sino también por los mismos padres. Padres que caen en las trampas mediáticas y apertrechan a sus niñas con atavíos y accesorios de mujer adulta mercadeados para la población infantil, incluyendo pintalabios, ropa, zapatos, juguetes, accesorios. Igualmente vemos que los ídolos infantiles o “estrellas pop” se comportan, cantan y bailan como los adultos que son, sin embargo, a través del cine y programas de televisión están siendo promovidas al público infantil y las niñas son expuestas a una conducta que luego quieren imitar.



En estudios realizados se ha encontrado que los personajes femeninos en películas calificadas como G (para toda la familia) usan el mismo tipo de vestimenta que las que aparecen en películas calificadas como R (solo para adultos), igualmente la cantidad de “body exposure” en la mayoría de los casos la misma. Esta constante hipersexualización de la imagen femenina (que no opera de la misma manera ni con la misma intensidad en los varones) va calando en nuestros niños y niñas, que se forjan una imagen sexual de sí mismos y del otro.

Mucho se ha debatido acerca de este tema. Algunos argumentan que la infancia de nuestras niñas está siendo secuestrada por una cultura de hipersexualización y, por otro lado, hay quienes sostienen que los adultos estamos reaccionando con asombro a una expresión natural de las niñas que hasta ahora había sido culturalmente reprimida.

La Asociación Americana de Psicología mantiene que hay un riesgo real para las niñas. Las investigaciones afirman que “las consecuencias de la sexualización de las niñas, en gran parte por la influencia mediática, repercute de manera negativa en un desarrollo saludable”. Según el Dr. Zurbriggen, psicólogo y profesor en la Universidad de California, Santa Cruz, “tenemos amplias evidencias para concluir que la sexualización tiene efectos negativos en una variedad de dominios, incluyendo el funcionamiento cognitivo, la salud mental y física, así como en un desarrollo sexual saludable”.

La pornografía es una parte del problema, según la organización canadiense “Réseau québécois d’action pour la santé des femmes”. Las imágenes conocidas como “Soft porn” o pornografía suave son ahora concebidas como normales o típicas dentro de la cultura pop dirigida a los adolescentes (teens) y pre-adolescentes (tweens). Esta exposición conduce a que las niñas formen una autoimagen negativa, en parte por la continua comparación con unos parámetros que no son realistas y a un énfasis excesivo en la apariencia física. Por ejemplo, en un estudio realizado por la fundación Kaiser, se reporta que a la edad de 13 años 53% de niñas estadounidenses se “sienten infelices con sus cuerpos”. Este porcentaje crece a un 78% a la edad de 17 años. Otra de las consecuencias de la exposición excesiva a estas imágenes inadecuadas es la normalización de asumir a las niñas y mujeres como objetos sexuales y decorado sensual. Esta introducción temprana al ámbito sexual está robando el tiempo de juego infantil apropiado que da pie a un desarrollo adecuado de estas edades.

Como padres estamos permitiendo y favoreciendo la hipersexualización y objetificación de las niñas cada vez que nos enfocamos en la importancia de que se vea linda por encima de se muestre inteligente, es decir, que priorizamos su valor como carnada físicamente atractiva al sexo opuesto por encima de su valor como ente pensante capaz de desarrollar un potencial que desborda el ámbito reproductivo. Cuando gastamos más tiempo y dinero en llevar a la niña al salón de belleza una vez por semana para arreglarle el pelo, las uñas y obtener faciales, de lo que gastamos en promover su participación en deportes, o en adquirirle juegos (legos, robots, rompecabezas) o libros, les estamos enviando (a ellas y a los varones de su ámbito) un mensaje clarísimo. Luego nos escandalizamos de vivir una sociedad con tan alta tasa de feminicidios, atravesada por un machismo rampante que le impide una mujer, a cualquier mujer, caminar por las calles de la ciudad sin ser molestada. Y es que cuando contribuimos a la hipersexualización de nuestras niñas, ellas no son las únicas que reciben la lección.

Cada vez que pedimos o permitimos a una niña de 8 años que pose para la foto con la mano en la cintura y empujando las caderas hacia atrás o hacia un lado, con el objetivo de acentuar unos glúteos a los que le quedan muchos años todavía para adquirir la redondez de atributo sexual secundario, cuando les decimos que se tomen un selfie y ellas hacen un “duck face” y nos reímos y lo celebramos, estamos siendo partícipes de una conducta que logra a fin de cuentas robar la infancia a nuestras niñas y entrenarlas como objetos sexuales desde temprana edad.

Las redes sociales están repletas de fotos colgadas por los mismos padres y madres de niñas en poses sensuales o con vestimenta adulta y provocativa, rotuladas con frases como, “Bueeeeno… Si eso es ahora, ¿qué será de mí cuando sea mayor?”, o “Ay lo que me espera”. ¿Qué se supone que están promoviendo con esta foto los padres? ¿Acaso no se dan cuenta de que están colocando a su hija en una situación de peligro? Llamando la atención a la pose provocativa, están objetificando a su pequeña hija delante de sus seguidores y quizá proveyendo material gratuito a pedófilos. Unos años más tarde estos son los mismos padres que se muestran desesperados cuando a los 16 años la misma niña se desnuda en las redes a lo Kardashian, y se preguntan con verdadera candidez qué fue lo que hicieron mal.

Tan arraigado está este problema en nuestra sociedad que resulta imperceptible no sólo para los padres, sino para el público en general que un anuncio por ejemplo de un club juvenil deportivo nos muestra a una joven con un vestido ceñido al cuerpo, exhibiendo muslos y piernas mientras afinca contra el suelo un balón de soccer. La más somera lectura de este anuncio, revela cuáles son las prioridades que valora la institución a la hora de proyectar una imagen que los represente: no es su primacía en el deporte, puesto que la niña no lleva uniforme deportivo, y ciertamente no es la calidad de su educación ni el entrenamiento intelectual que brinda. La valla resultaría menos incongruente si estuviera anunciando una línea de ropa, una marca de cosméticos, o un club para caballeros.

Muchas veces, cuando se les confronta, quienes contribuyen de esta forma a la hipersexualización de nuestras niñas, son incapaces de ver algo malo en sus acciones o decisiones. Pero de lo que sí están muy claros es que jamás tratarían de esa forma a sus hijos varones. A ellos sí los representan como poderosos atletas; a ellos sí los animan a proyectarse como aventureros, científicos, mecánicos, ases de las finanzas, genios de las matemáticas. De ninguna manera permitimos que nuestros hijos varones se proyecten de cara a la sociedad como carnadas sexuales, en poses provocativas. De ninguna manera permitimos que nuestros hijos varones sirvan de decorado sensual. Y si estamos tan claro con nuestros hijos varones, ¿por qué con nuestras hijas el tema se vuelve menos transparente y confuso?

¿Qué podemos hacer?

Dejemos a nuestras niñas ser niñas. Hay un tiempo para todo, incluso para su despertar sexual, esa difícil época en que nuestras niñas estarán físicamente preparadas y mentalmente ansiosas por atraer al sexo opuesto (etapa para la cual, irónicamente, quienes contribuyen a la hipersexualización de nuestras niñas nunca están preparados y que reprimen ferozmente). La infancia es la etapa de la vida fundamental para el desarrollo de una autoimagen sana y una sexualidad saludable. Si interrumpimos estos procesos, empujándolas a que asuman roles adultos, estamos rompiendo un ciclo importante. Como sociedad debemos reemplazar las imágenes sexualizadas de niñas por imágenes que demuestren sus competencias y habilidades, y que sean congruentes con la etapa de la vida que están viviendo.

Rompamos con los estereotipos. Las niñas son hermosas (al igual que los niños) y no solo cuando visten lazos rosados y pintalabios de colores. Son igualmente hermosas cuando no usan ningún tipo de maquillaje y andan en ropa deportiva o jeans y camiseta. Valora el pelo y la piel de tu hija al natural. Celebra y elogia sus logros intelectuales y habilidades más que su belleza física, que es un atributo relativo y pasajero. Ayudemos a nuestros niños y niñas a desarrollar una autoimagen positiva más amplia que la estrecha imagen que ofrecen los medios comerciales. Los códigos belleza de nuestros hijos no pueden seguir siendo dictados por las revistas de moda. Debemos dialogar sobre estos mensajes y despertar a nuestros hijos e hijas de esta hipnosis colectiva. Crear conciencia de que no soy “más niña o menos niña” por usar una ropa específica o un color específico. Si de verdad creemos en una sociedad justa e igualitaria, brindemos a nuestras niñas las mismas oportunidades que a nuestros niños; no insistamos en entrenarlas desde temprano a desfilar por una pasarela para el beneficio de la mirada masculina. Nuestras niñas no son ni objetos, ni decorado, ni objetos sexuales, ni máquinas reproductivas. Nuestras niñas, como nuestros niños, son personas con vida intelectual, con potencial académico, con curiosidad científica, con deseos que sobrepasan las expectativas a las que nos ha acostumbrado una sociedad profundamente machista, y con mucho que aportar a la sociedad, local y global.

Basta de priorizar salones de belleza, pedicuras, manicuras, spas, tacones, ropa para adultos, etc. Invirtamos tiempo y dinero en el juego sano y apropiado, en las bicicletas, patines, pinceles, libros, pelotas, robots y demás… no le robes la infancia a tu hija. ¡Déjala crecer!

Recursos online:

http://www.culturereframed.org/parents-programs/

https://www.dosomething.org/us/facts/11-facts-about-body-image

Contacto: [email protected]

«Déjame Crecer» es una campaña sin fines de lucro que buscar orientar, informar y educar a padres, madres, educadores y la población en general sobre temas que afectan el desarrollo integral de nuestros hijos.

Wara González, M. Ed., Educadora, Directora General del colegio Kids Create y American School of Santo Domingo

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Familia

La alcoholización de nuestra juventud

  • 3 agosto, 2016
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Alcohol

He escuchado y sigo escuchando, de boca de adultos supuestamente responsables, ciudadanos honrados con cuentas bancarias, responsabilidades financieras y familiares, títulos universitarios y buenos empleos, personas que rezan antes de irse a dormir y van a la iglesia los domingos, repetir el siguiente estribillo: “Yo a mis hijos les enseño a beber.”

Y siempre me he preguntado en qué consiste ese pensum. ¿Cubren todo tipo de bebidas alcohólicas? ¿Hay exámenes? ¿Pruebines? ¿Con qué notas se pasa? ¿Con qué notas se queman? ¿Cómo es la clase? ¿Tipo conferencia, taller, laboratorio, o una combinación de las tres?

De una cosa estoy segura: las clases no están surtiendo efecto. O bien estos madres y padres maestros necesitan revisar sus técnicas, o la clase per se es una mala idea. La evidencia está a la vista de todos: pre adolescentes y adolescentes que deben ser hospitalizados por intoxicación; quinceañeros borrachos alardeando de su borrachera; fiestas escolares en casas de familia en donde los padres anfitriones ponen a disposición de sus invitados gran variedad de bebidas alcohólicas; fiestas de promoción de reconocidos colegios donde las mismas madres delegadas se ocupan de conseguir el alcohol que consumirán sus hijos; las fatalidades de tránsito, las adicciones, las promesas truncadas.



La razón que esgrimen estos pedagógicos adultos para suministrar alcohol a sus hijos e hijas menores de edad es un absurdo capital: “No se lo podemos prohibir, porque lo harán como quiera. Para que lo hagan en la calle, mejor que lo hagan en la casa”.

Se me ocurren otras muchísimas cosas que no le podríamos prohibir a nuestros hijos e hijas bajo el pretexto de que lo harán como quiera una vez estén en la calle: pasarse los semáforos en rojo, copiarse en un examen, vandalizar la propiedad pública, irrespetar la propiedad privada, contratar los servicios de prostitutas, resolver las diferencias recurriendo a la violencia verbal o física, ignorar los deseos y una chica que repetidamente te ha dicho que no. ¿Les enseñamos en casa cómo hacer todas estas cosas ya que, potencialmente, igual las harán en la calle?

Por supuesto, están los padres que rehúsan meterse en tantos jardines y se justifican más simplemente: “Siempre ha sido así, es lo normal aquí”. Tristemente, lo normal también es tirar basura en la calle, golpear a tu pareja sentimental, y acosar a las mujeres que caminan solas por la vía pública.

Nuestro país está alcoholizado y los mayores responsables son los padres y guardianes que han contribuido a normalizar el consumo de bebidas alcohólicas entre menores de edad. No existe fiesta de 15 años, reunión juvenil, juntadera, ágape, y kermés que pueda siquiera ser concebida sin la presencia de por lo menos cerveza. Comercios y expendios de todo tipo venden bebidas alcohólicas a menores de edad sin el menor reparo, un crimen por el que nadie vela y que no se castiga. Los medios, las familias, los padres, muchos centros educativos, la sociedad, en suma, se ha rendido ante la idea de que divertirse, de que pasarla bien, son equivalentes a beber alcohol.

Quizá lo que no entienden los padres y madres que les “enseñan a beber” a sus hijos es que no sólo los inician en el consumo de una sustancia que ocupa el puesto número siete entre las drogas más adictivas que existen — más adictivo que las benzodiazepinas y las anfetaminas normales, y un poco menos adictivo que los barbitúricos y el crystal meth —, sino que contribuyen de manera importante a perturbar el desarrollo del cerebro de sus hijos, el cual no termina en la adolescencia, sino que continúa bien entrada la joven adultez.

De acuerdo con la Academia Americana de Pediatría, el consumo de alcohol por jóvenes es una preocupación de salud pediátrica.

Ha sido científicamente comprobado que el consumo de alcohol a temprana edad está asociado a futuros problemas relacionados con el alcohol. Datos recabados por el National Longitudinal Alcohol Epidemiologic Study demuestran que el predominio de la dependencia alcohólica y el abuso del alcohol exhibe una disminución a medida que aumenta la edad del primer consumo. Jóvenes que empiezan a consumir alcohol a los 12 años y antes, muestran un 40.6 por ciento de predominio de dependencia alcohólica de por vida, mientras que para los que consumen alcohol a partir de los 18 años el predominio será de 16.6 por ciento. A partir de los 21 años el predominio disminuye a 10.6 por ciento.

Igualmente, el predominio de abuso del alcohol de por vida es de 8.3 por ciento para aquellos que comenzaron a consumirlo a los 12 años y antes, 7.8 por ciento para los que empezaron a consumirlo a los 18 años, y 4.8 por ciento para aquellos que empezaron a consumirlo a los 21 años.

A la vista de estos números, la actitud de muchos adultos frente al consumo de alcohol de sus hijos pasa de ser irresponsable e ignorante, a letal y delictiva. Que el alcohol se haya enquistado en muchas de nuestras prácticas culturales no lo hace menos dañino, y ciertamente no transforma por arte de magia en un agente inocuo e inofensivo. Al contrario: mientras más “normal”, “cultural”, e “idiosincrático” se le considere, más fácilmente podrá entrar en las vidas de nuestros hijos e interrumpir su buen desarrollo y su crecimiento.

Como sociedad siempre estamos prestos a corregir aquellos elementos de nuestro entorno que van en detrimento del buen orden de las cosas y de nuestra felicidad. El abuso del alcohol, sembrado en nuestros ciudadanos desde temprana edad precisamente por aquellos que están llamados a velar por su salud, es uno de estos elementos que ameritan revisión y corrección.

Nuestros hijos e hijas no necesitan “aprender a beber”; lo que necesitan es información confiable sobre los efectos del alcohol en sus cuerpos, articulada en el lenguaje de la prevención. Mucho cuidado la próxima vez que sientas la tentación de “enseñar a beber” a tu hijo o hija, porque lo más probable lo único que logres es condenarlos a los problemas que pretendías evitar.

Contacto: [email protected]

«Déjame Crecer» es una campaña sin fines de lucro que buscar orientar, informar y educar a padres, madres, educadores y la población en general sobre temas que afectan el desarrollo integral de nuestros hijos.

Wara González, M. Ed., Educadora, Directora General del colegio Kids Create y American School of Santo Domingo

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