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Justo a mí, que soy desobediente

  • 12 agosto, 2025
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En las sobremesas familiares suele repetirse la frase “estos jóvenes de ahora…” con un ligero tono de resignación total. La mirada se afila y las cejas se levantan. Nos acusan de vivir en un mundo de cristal, de ser impacientes, frágiles, desconectados de la realidad. Nos llaman la peor generación.

Y yo, que he sido desobediente desde siempre, me atrevo a pensar que quizás somos la mejor. Porque hemos aprendido a decir que no, y en un mundo que premia la obediencia ciega, es una escena profundamente revolucionaria.

El Día Internacional de la Juventud no es un día cualquiera en nuestros calendarios. Es un banquete que te brinda mirar más allá de las cifras y las etiquetas, y reconocer que ser joven hoy implica moverse en medio de contradicciones imposibles. Debemos ser exitosos sin haber fracasado, estables sin haber explorado, sabios sin habernos equivocado. 

La juventud ha dejado de ser una etapa para volar libremente y se ha transformado en una carrera con obstáculos ocultos junto a las presiones familiares, estructuras sociales rígidas, un sistema que premia la productividad pero descuida la salud mental y la pausa.



Y en ese contexto nace una nueva desobediencia. No es una rebeldía ruidosa ni gratuita, sino una acción consciente. Es decir que no a lo que oprime, aunque venga disfrazado de tradición o buena intención. Es rechazar el molde aunque nos lo entreguen con amor. No seguir el camino trazado si no lo sentimos nuestro. Es tener el coraje de elegir una vida diferente aunque eso implique decepcionar.

Nos educaron para complacer. Para vestirnos bonito, no alzar la voz, estudiar algo “que deje dinero”, enamorarnos de la persona “correcta”, y sonreír, siempre sonreír, incluso cuando por dentro todo tiembla. Pero algo cambió en nosotros. Tal vez por cansancio, tal vez por amor propio, tal vez por intuición. Aprendimos a ver lo que no encaja, y a decirlo, porque aprendimos a poner límites sin pedir permiso.

Nos enseñaron que desobedecer era faltar el respeto. Pero hoy sabemos que muchas veces, desobedecer es la obra más honesta de amor hacia uno mismo. Porque decir que no no es rechazo, es afirmación. Es gritar  a nuestra identidad y a nuestros sueños.

No es fácil ser joven en estos tiempos. Somos la generación que heredó un planeta herido, sistemas inestables, y una larga cadena de silencios. Pero también somos la generación que mira de frente. Que habla de salud mental sin vergüenza. Que ama sin miedo a las etiquetas. Trabaja por la equidad, la diversidad, la justicia, incluso cuando eso incomoda a quienes prefieren el silencio. No somos perfectos, pero estamos despiertos

Nos caemos, sí. Dudamos, también. Pero no renunciamos a sentirlo todo. A construir lo nuevo. A cuestionar lo que se nos dio sin explicación.

Ser desobediente, hoy más que nunca, es una forma de dignidad. Y no, no todos nos entenderán. Algunos seguirán repitiendo que no sabemos lo que hacemos. Pero mientras ellos se aferran a lo que fue, nosotros nos ocupamos de imaginar lo que podría ser.

Así que sí. Justo a mí, que soy desobediente, me toca decirlo: No somos la peor generación.
Somos la generación que se atreve a cambiarlo todo.

Y si eso es ser rebelde, entonces bienaventurada la rebeldía.

Con amor,
Mariale.

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