Me encanta la tecnología, ver como podemos tener una conversación cara a cara con personas que están en otro país o continente realmente me maravilla. Mandar un mensaje de texto sin importar donde sea y que se reciba al instante es algo impresionante. Pero estos encantos y maravillas, se han convertido en trampas para algunos.
Una trampa porque muchas veces estamos más preocupados en ‘aparentar’ frente a los amigos de Facebook o a los seguidores de Twitter que en ‘ser’. Es como una dualidad vital donde lo que se proyecta no tiene nada que ver con lo que se es.
Siento que es una especie de vida paralela: la real, con sus altas y bajas, sus luces, sus sombras; y la virtual, repleta de mentiras, caretas, poses y apariencias.
Esto me habla de carencias, de una necesidad profunda de querer formar parte de algo y no saber cómo, y creer que se logrará siendo otra cosa distinta a lo que uno es. Y así se va generando un ‘personaje’ que va desvirtuando a la ‘persona’ que somos y nos escondemos porque creemos que siendo auténtica y genuinamente no tendremos espacio ni lugar.
Y así, poco a poco, junto con esta necesidad aparece la cultura del distanciamiento cercano y es aquí cuando vamos sustituyendo las llamadas por los mensajes de texto. Las felicitaciones personales por escritos en los muros y sin darnos cuenta nos estamos perdiendo y quedando presos en las ‘redes’ virtuales que nos están quitando lo personal, lo real…lo verdadero.
Por eso quiero hacer una invitación para todos, incluyéndome yo. Que seamos más presentes y reales que virtuales. Que estemos para dar un abrazo, más que ‘mandar un toque’. Que nos animemos a decir ‘te quiero’ en vivo y directo. Que le demos ‘like’ a conectarnos corazón a corazón. Que nos decidamos a ‘compartir’ más que una foto, un momento juntos. Que el ‘enlace’ sea de sincera amistad, verdadera familiaridad.
Que sigamos construyendo vínculos significativos, esos que están aunque no estemos ‘en línea’. En definitiva, animarnos a ser y tener una vida más real y menos virtual. ¿Te animas?
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