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No son muchos quienes sienten que ganan el sueldo que merecen. En un mundo que cada vez más busca que los negocios sean costo-efectivos a toda costa, los empleados son quienes siempre reciben la vara más corta. Si bien son los jefes los que deben darse cuenta de que empleados mal pagados son empleados poco productivos; como empleado/a, tienes el deber de darles un ‘empujoncito’ de la mejor forma que puedes: pidiendo lo que quieres.
Si crees que el trabajo que realizas amerita mayor compensación, sea por tus habilidades, el tiempo que has invertido, o el esfuerzo que pones cada día, asegúrate de tomar esto en cuenta a la hora de solicitar esa reunión con tus superiores:
¿Lo mereces de verdad?
Trata de ver tu desempeño desde fuera: ¿tienes resultados tangibles de que has hecho un buen trabajo? ¿Estás cumpliendo con todas tus funciones de forma efectiva? ¿Estás cumpliendo funciones que van más allá de tu descripción de trabajo? ¿Tus labores consumen mucho más horas a la semana de las que hablaron al principio? ¿Cómo es el salario de una posición similar a la tuya en otras empresas?
Son cosas que determinan si deberías estar ganando más dinero en la posición en la que te encuentras. Algunos piensan que su salario debe aumentar por motivos personales, o porque su estilo de vida lo exige, pero esas no son las prioridades de la empresa. Primero asegúrate de que de verdad seas elegible según los estándares de tu lugar de trabajo, y por supuesto, investiga cuánto sería un aumento adecuado dado tu puesto.
Conoce las políticas de tu empresa
Si tu empresa enumera ciertos requisitos a cumplir para aplicar a un aumento de sueldo, debes conocerlos. Si los cumples, esto es un punto a tu favor. Si no, conviértelos en tu meta para lograr aplicar en el futuro.
Toma la iniciativa
El día a día hace que nos sean atribuidas labores que originalmente no están dentro de nuestras funciones; esto casi nunca significa que te pagarán más por ello. Cuando se da esto, algunos optan por quedarse callados y guardar rencor contra sus jefes. Los más inteligentes convertirán estas labores en puntos a su favor. Organízalas y hazlas parte de una propuesta formal de por qué mereces ganar más. Incluye además otras cosas que podrías comenzar a aportar a la empresa por una mayor inversión. Recuerda que eres como un producto en tu vida profesional: mayor inversión, mayor calidad.
Aprovecha las ofertas
Si eres bueno en tu trabajo, de seguro no eres el único que lo nota. Aprovecha las ofertas de trabajo como una oportunidad para escalar en un lugar donde ya te conocen. Demuéstrale a tu jefe que eres valioso en los ojos de otros. Pero sé cuidadoso, no suenes arrogante u ofensivo, y bajo ninguna circunstancia alardees de algo que no tienes.
Pídelo en beneficios
Hay que ser realista. Merecer algo no significa poder tener algo. Quizás tu empresa está bajo un presupuesto apretado, o tu salario ya es tan competitivo como podría ser considerando tu puesto. Cuando las circunstancias parecen girar en esa dirección, puedes optar por un aumento en beneficios. Un mejor plan de salud, un horario más acomodado a tus necesidades, o un préstamo empresarial–mientras esté dentro de los beneficios disponibles (otra vez, conoce los requisitos y políticas de tu lugar de trabajo) puedes pedirlo.
*Siempre ten en cuenta que en una buena empresa, hay una cartera de beneficios disponibles para los buenos empleados, sólo hay que tener la confianza (y las aptitudes) para pedirlos.
No le gustaba su nuevo trabajo a Lucía. No le pagaba tanto como le hacía falta, las tareas eran demasiadas, los jefes le habían reducido el tiempo de almuerzo a media hora y era difícil acostumbrarse al ambiente.
Se sintió intimidada al principio. Sabía (o al menos creía) que era buena en lo que hacía, y no se asustaba fácil ante los retos ni la gente nueva. Pero el círculo de ‘los veteranos’ de la oficina parecía un poco cerrado. Era como si fueran un “club sólo para varones”, y de hecho, Lucía era la primera mujer que pasaba a formar parte del equipo.
«Fue difícil acostumbrarse a los chistes pesados», dijo. Tuvo que aprender a no ofenderse todas las veces que le decían que le harían un favor a cambio de sexo. Se vio forzada a hablarles en el mismo lenguaje y a formar parte de las ‘bromas’ de mal gusto. “Si me hacían un chiste colorao’, yo respondía con otro escarlata”.
Trabajó en el lugar por tres años, más por necesidad que por amor al oficio. Terminó encariñándose (ni modo) con sus compañeros a pesar de los comentarios sobre su apariencia, las insinuaciones con ánimo de ofensa sobre sus preferencias sexuales y a pesar de que tuvo que frenar ‘los relajos’ más de una vez.
Aunque fueron muchas cosas las que al final la hicieron irse por una mejor oferta, el ambiente fue “una de las cosas por las cuales no volvería.”
Afuera, le daba vergüenza hablar de cómo se sentía en su oficina. Pensaba (o sabía) que no la iban a tomar en serio, que la iban a calificar de ‘melodramática’. Después de todo, en materia del trabajo, se sentía como parte importante del equipo y con frecuencia le eran asignadas tareas especiales. De seguro, pensaba, los chistes no tenían nada que ver con que era mujer sino con que simplemente era ‘una más entre los chicos’.
Así funciona siempre: cae sobre la mujer la responsabilidad de ‘aguantarse’, ‘entender’ y ‘aprender’. Aguantarse las ofensas, ‘entender’ que así son los hombres y ‘aprender’ a quererlos.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) la proporción de empleo por género es de 49.1% de mujeres frente a un 74.3% de hombres. El proceso del posicionamiento de la mujer en el mundo laboral ha sido un esfuerzo que ha atravesado siglos y que avanza con lentitud.
Aunque los frutos de este esfuerzo no han sido pocos, todavía queda mucho por avanzar cuando se considera que como Lucía, más de cuatro de diez mujeres dicen que se han sentido discriminadas en su lugar de trabajo al menos una vez.