La historia se repite para quienes no la conocen, o algo así. Quizá por esto República Dominicana ha sido un país con un progreso tan lento. Si se conociera mejor la historia, los elementos que cambiaron el juego, los lugares que presenciaron batallas y reuniones entre grandes personajes, ¿sería un país mejor?
Es probable. No es suficiente con conocer los monumentos de la Zona Colonial, vestigios de un pasado que todavía no se aprende a mirar para cambiar el futuro. Habría que conocer los monumentos improvisados de la historia moderna, habría que buscar la identidad en un pasado más reciente.
No son todos (por mucho), pero son algunos muy importantes:
Peña Gómez está entre las figuras políticas más importantes de la historia. Revolucionario como el partido al que pertenecía, si se le hubiera permitido, con su visión política y su espíritu quizás hubiese hecho del país algo diferente.
Actualmente, la casa donde vivió el líder político antes de fallecer en el 1998 sigue de pie en el kilómetro 4 de la carretera que va a Cambita, San Cristóbal. Aunque se encuentra en mal estado, el antiguo vehículo de Gómez sigue ahí, junto a recuerdos y manuscritos.
Hubo planes de convertir el hogar en un museo en honor al una vez candidato presidencial, pero desde el 2010 no se han realizado avances en la materia. De todas formas, quienes decidan dar un viaje al suroeste, tienen un hogar para detenerse y contemplar lo que ha pasado con el país desde entonces.
Como el turismo es uno de los pilares de la economía dominicana, el primer hotel de lujo de la capital es válido como un monumento de la historia moderna. Inaugurado en 1956, el hotel fue construido a partir de un capricho (como gran parte de todo lo otro en esa época) del entonces presidente de la República, Rafael Leónidas Trujillo.
Su construcción tuvo un costo de alrededor de cinco millones de pesos y fue realizada en el contexto la Feria de la Paz que celebraba los 25 años en el poder del dictador. En ese entonces, la arquitectura se llevó de las tendencias más vanguardistas en el momento.
Como muchos de los cafés de la Zona Colonial, el Palacio de la Esquizofrenia es una cafetería que respira poesías, historias y memorias de figuras centrales de la literatura dominicana. Según un reportaje de la revista de investigación La Lupa, cuando fue fundado en 1978, se hizo popular porque aceptó acoger a esos poetas que pensaban mucho pero consumían poco.
Comenzó llamándose el Café Conde de Peñalba, pero cuando se convirtió en la destino favorito de artistas y escritores como Rubén Echavarría o Carlos Gómez Doorly, el nombre le cambió.
Actualmente, es una cafetería frecuentada por los turistas de la zona, pero alguna vez fue la casa de los poetas, locos, o esquizofrénicos, o enamorados, o todo junto.
Fotos: fuente externa
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