En @RevestidaMag, hemos creado esta columna inspirada en situaciones reales que han pasado algunas de nuestras lectoras. Cada entrega, tendrá una historia, contada desde el punto de vista de sus protagonistas y envueltas en algunos detalles de redacción de nuestro equipo. Esperamos que te identifiques con algunas de ellas y si tienes otras que contar, no dudes en hacernos parte de tu forma de recuerdo. Envíala a [email protected]… Solo develaremos tu nombre, si así lo quieres. Cuéntanos, ¡todas tenemos alguna anécdota que mueve las emociones!
La razón de mi anécdota
Se acercaba la boda de una buena amiga y todas las conocidas en común solo hablaban de sus respectivos vestidos para lo que sería esa gran noche. En cada conversación, me preguntaba mentalmente: “¿Y qué diantre me iré a poner? Imaginen, debía ser algo fino, elegante, a la moda; pero que no cayera en recargado ni ostentoso. Justo ahí, comenzó mi travesía de “detective privado de ropa al alcance de mi bolsillo” … Faltaba aún un mes, por lo que tenía tiempo suficiente como para estructurar mi mapa de rutas para llevar a cabo dicha investigación.
Comencé a orientar conversaciones que me permitieran obtener nombres y recomendaciones de tiendas donde podía encontrar un vestuario cómodo, algo exclusivo, que fuera una belleza y que no me dejara tuerta. Es decir, que no tuviera que donar ninguno de mis ojos para poder costearlo. Por lo menos, cada semana obtenía dos nombres de tiendas o boutiques que luego visitaba. Como todo detective de serie de Netflix, tenía una pequeña libreta en donde iba haciendo las anotaciones y el progreso de mi investigación. Puedo decir, que gracias a esto descubrí nuevas calles de la ciudad que en mi vida hubiera conocido, nuevos negocios y hasta conocí un gran grupo de mujeres emprendedoras que tenían sus propios talleres o que exploraban los mercados del mundo buscando piezas para revenderlas.
El vestido perfecto
A veces entraba a esas tiendas toda decidida, emocionada hasta que… preguntaba el precio. “RD$59,400”, me respondió una vendedora cuando le pregunté el precio de un vestido rojo que hasta ese momento lo llamé “el perfecto”. Creo que tragué en seco tan duro, que los otros clientes que en ese momento estaban presentes lo escucharon y según yo y mis adentros, se voltearon a mirarme. Me sentí ser la lombriz en un gallinero. Solo atiné a decir: “Déjame probármelo” … pero mientras caminaba al vestíbulo ya estaba convencida de que no valdría la pena hacerlo. Ese era un precio que solo podía pagar si tomaba un préstamo… y claro, si enloquecía.
Y antes de llegar el final de mi estadía en esa tienda, ya había maquinado cuál iba a ser esa respuesta que justificaría ante la vendedora mi razón de no concretar aquella compra ¡sin nunca revelar el estado poco anímico de mi bolsillo!: “Muy lindo… pero me queda algo estrecho”. ¡Mentiraaa! Era el mío… me quedaba fenomenal. JLO era simplemente una desaliñada delante de mí. Estaba de ir hasta a los Golden Globes, ¡que boda ni boda! En ese vestido yo era una diva, una personalidad… pero mi cartera, mis cuentas por pagar ni mi bolsillo pudieron comprenderlo.
Después de ahí, salí a ver que conspiraba el universo conmigo. Y bueno, creo que de ser por el universo yo hubiera sido la Cenicienta, porque mi reloj nunca marcó las 12:00. O sea, ¡nunca vi nada que me gustara y que pudiera comprar! No sé por qué mi gusto se antojó de tallas en las que no cabía o de vestidos que no podía pagar. “Que bello está este, mira… puedo comprarlo”, me decía a mí misma y cuando miraba la talla; para caber ahí simplemente tenía que ser una firme partidaria de padecer anorexia. ¡Por qué los vestidos hermosos son para mujeres que la vida nunca les ha enseñado que todo el que come harina engorda!, gritaba al cielo como si se trataba de una escena de novela mexicana en donde a la protagonista se le acaba de morir su mamá. Con todo y rímel chorreado.
Otras formas de obtener un vestido para ir a una boda
En fin, entre conversaciones, alguien me habló de alquilar un vestido… así podría estar fabulosa, sin tener que gastar una fortuna. Fui a varias… pero ahí, mi gusto también me jugó chueco: todos los vestidos que me gustaban seguían estando a un precio elevado; sobre todo, si recordamos que debía devolver la pieza a los dos días. Solo me decía: “Pero para dar este monto por una pieza que al final tengo que devolver, mejor me lo compro y me quedo con ella” … Lo que se traduce al dicho “que la operación fue un éxito, pero se murió el paciente”.
Así fue como, una amiga luego de decirme “desactualizada y poca moderna” me motivó a buscar y comprar mi pieza por Internet. “Por supuesto, ¡cómo no lo pensé!”, paradójicamente pensé. Pero, esperen… yo nunca había comprado nada por esa vía. Y ya no podía preguntarle a mi amiga, porque si hizo un drama por qué le dije que solo había buscado en tiendas físicas, imagínense si le decía que nunca había explorado Internet dentro de mis compras… Itatí Cantoral, y la escena de maldita lisiada, era poco exagerada ante la algarabía que ella haría. Por eso, mejor me fui a ver tutoriales en YouTube y bueno, me decidí a hacerlo. Siempre, cuidando que mi amiga no se enterara de que era una novata… una vil novata.
Vi bellezas muy caras, otras a buen precio; pero al fin, tenía en mi lista de deseos tres hermosos vestidos y solo pensaba “¡esto es increíble, cuántas opciones, cosas lindas y que puedo pagar”! Estaba emocionada, feliz. Y llegó la hora de pasar esos vestidos de solo un deseo, a una venta final. Y mientras hacia clic para completar el pago, me sentía airosa, ganadora… tres vestidos ¡por lo mismo del alquilado y eran míos!!! Mis carcajadas parecían de una bruja, cuando el hechizo le resulta…
Bueno, tras mi hazaña, estuve feliz toda la semana. Ya no tenía qué pensar en volver a salir, a caminar y ver tiendas… con tanta felicidad, era de esperarse que teníamos que juntarnos Ana y yo, para mostrarle mis vestidos, la compra inteligente que hice… y claro, estaba loca por decirle “y esooo, que es mi primera compra por Internet’, pero por razones que ya conocen obviaría esa parte.
«Fue más la sal que el chivo»
Fuimos y nos tomamos unos cafés y unas cuantas chucherías que dieran energía para chacharear toda la tarde. Cuando decidimos irnos, solo pensé que la cuenta la debía pagar yo porque, total, había ahorrado un dineral en las compras de esos vestidos. Así que le dije con seguridad, “¡deja, que yo invito!”, mientras apartaba la mano de ella de su monedero, cuando intentaba buscar dinero. Un minuto más tarde, me dice el cajero: “Señora, la tarjeta es rechazada, al parecer no tiene fondos” … “¿Cómo que no?, claro que sí, pásala de nuevo”, le dije preguntándole mentalmente “y tú, ¿qué te ha llegado a creer al decirme a mí que mi tarjeta no tiene, jum”. “No, no pasa”, volvió a recalcarme con una cara que me dio a entender que ya esto era una revancha personal. “Espera, entonces… voy a llamar al banco… porque no puede ser”, le dije. Estaba decidida, de mostrarle a ese que yo no era una pobretona, que era mentira que mi tarjeta, mi única tarjeta, estaba vacía… ¡pero ven acá, oh oh!.
Bueno, llamé y hablé con el asistente del servicio al cliente del telebanco… y cuando le cuestioné que por qué me decían que no tenía fondos, casi acalorada e indignada, me dijo: “Usted incluso está sobregirada”… y yo ahí ya si que no aguanté: “¿Sobregirada, yo?”, pregunté en shock y agregué “eso fue que me clonaron la tarjeta”. Y ahí vuelve a salir la voz masculina: “Bueno, señora, veo que su última compra fueron tres vestidos por un valor de 1,500 dólares cada uno” … “¡¿Cómo?!, ¿usted dijo DÓLARES? ¿Esos precios NO eran en pesos?!! Justo ahí colgué la llamada, con las manos temblorosas, con la boca abierta y ojos sobresaltados… nerviosa y con el sentimiento de que no superaría esta quiebra… sí, mi compra fue por equivocación cuantiosa.
No obstante, si me preguntan qué fue lo peor de mi experiencia y novatada les digo que al final tuve que contarle todo a Ana… tantos tutoriales en secreto, para nada. “Solo a ti se te ocurre no preguntarme”, decía ella mientras pagaba los cafés. Así, mientras ella hacía su drama… yo moría.
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