Después del cáncer cambian muchos aspectos de tu vida. En la de Carolina Morales el tiempo que le dedica a su familia ahora es más valioso. Su vida profesional no se interpone con las actividades esenciales de su primogénito Lucas, «como llevarlo al colegio» ni con el deseo de llevar a su segunda hija, Lía, a sus clases de ballet.
Un año y medio atrás la historia antes del cáncer fue así:
Carolina Morales. 28 años. Lactando a Lía, de dos meses, siente un bulto en su seno derecho. Busca asistencia de su doctor. Como es muy joven el médico le dice que no se alarme, que puede ser algo del mismo proceso de lactancia, pero que como quiera valía la pena investigar. Precisamente, tenía una masa inconclusa de dos centímetros, que luego de varios estudios en República Dominicana y en Nueva York determinaron la existencia de un cáncer de mama.
“El médico se lo dijo a Guaro, mi esposo, y él me lo dijo en la casa. No encontraba cómo decirlo. En ese momento yo no reaccioné. Cuando comencé a caer en cuenta de que tenía cáncer, él me dijo: -vamos a visitar al doctor mañana, a ver qué nos recomienda hacer y quédate tranquila, un paso a la vez-”.
Lo primero que le dijo su profesional de la salud fue que el cáncer de mama no es una sentencia de muerte. Así mismo la médico que la atendió en Nueva York para explicarle el protocolo de la quimioterapia, se lo recalcó. “Este es un proceso que dentro de unos años estarás como si nada hubiera pasado”, parafraseó Morales.
Y así fue este proceso para Carolina. Durante nuestra conversación, resaltó cómo los consejos de Guarionex (cariñosamente Guaro) y de toda su familia fueron su motor para mantenerse de pie, con buena cara y su mejor actitud. Ella sabía que no estaba sola en esto.
«Para serte sincera yo nunca pasé más de media hora pensando que me iba a morir». Claro, tenía momentos en que quería tirarse al piso a llorar y su esposo le brindaba consuelo, «pero había otros en los que él no me dejaba rendirme y me decía vamos a ir despacio, un paso a la vez».
El hecho de pensar un día a la vez, decirse «no te vuelvas loca con eso»… Falta un año para la operación… Le funcionó. ¿En qué pensaba? En que tenía quimioterapia la semana que viene y tenía que beberse el jugo de guanábana o la vitamina para subir sus niveles de defensa porque dos días después del tratamiento tenía una boda, «y yo quería ir a la boda». Porque la vida continúa.
Y así le fueron quitando las vendas a ese tabú de que todo el que tiene cáncer se va a morir y su vida quedó ahí. No. Mientras más rápido la gente entienda que no es así, menos temor le tendrá y más fácil lo atacará. «Si le cogiste miedo, olvídate que perdiste la batalla. Esto se gana en la cabeza».
«Yo estoy enferma como puedo estarlo de diabetes o de varicela… Y la tengo ahora, pero eso no cambia la persona que soy. De hecho, me alejé de personas cercanas, porque sentía que me estaban dando el pésame con vida». Al contrario de la energía de otras amistades que le escribían para tomarse un trago luego de uno de los tratamientos de quimioterapia, nos comentó muy agradecida.
Si te preguntas cómo Carolina alimentó su actitud en esta etapa de su vida, la lectura de dos libros fueron de mucha ayuda tanto en el ámbito estético como didáctico: «Why I wore lipstick to my mastectomy», de Geralyn Lucas; y «Mis recetas anticáncer», de la doctora española Odile Fernández .
Cuando leyó el libro del pintalabios y la mastectomía entendió que «tú te veías como te querías sentir». Entonces dijo: «bueno, si tengo una peluca y me estoy hinchando por los medicamentos, no tengo pestañas… me pondré pintalabios». Hemos muchas mujeres coquetas, entre ellas Carolina, «y para mí cuando tú te pones labial, aunque tú no hayas ido al salón, te sientes diferente. Yo traté de tomar esa medida, maquillarme y buscarle la vuelta para tratar de alegrarme porque la peluca no me encantaba, ya que sentía que todo el mundo sabía que llevaba una».
Cuando asumió que se le caería todo el cabello compró pelucas, una corta para el día a día y otra larga para cuando tuviera alguna boda o cumpleaños. «La nombré Sofi, todavía la tengo guardada». Recuerda cómo cada vez que salían de la casa Lucas le decía: «ponte la cabeza», haciendo alusión a la peluca.
El regreso de un viaje en 2016 la motivó a quitarse a Sofi, pues ya le había comenzado a crecer el cabello. «Fue una decisión que la hablé con mi esposo, mi mamá y mi suegra. Para mí era un asunto familiar y quería saber si ellos estaban preparados para que yo saliera sin peluca». Ese día Lucas dijo: «-mami ya no está enferma, porque ella ya no usa cabeza-. Aunque nosotros nunca le dijimos que tenía cáncer». Otra muestra de que los niños sí se dan cuenta de lo que sucede en un hogar.
De vuelta al presente, Carolina, 30 años, venció el cáncer que se alojó en su seno derecho y ahora vive a un ritmo más pausado. «No voy a pelear con el tapón, lo más seguro esa persona que está ahí también pasa por algo», convirtiéndose en una persona con mayor empatía. «Tú no eres el centro de atención y todo el mundo también pasa por algo aunque no te des cuenta». ¿Qué más ha cambiado? Más que un cambio «una reconexión con papá Dios» y ese deseo de volver a encontrar y disfrutar de la esencia de las cosas.
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