Los padres de “Mari”, de 14 años, están muy preocupados porque han visto las últimas fotos de su hija en Instagram. Poses provocativas, insinuantes y sensuales que parecen propias de un símbolo sexual de Hollywood y no de una jovencita de 14 años educada en las mejores escuelas privadas de la capital. Últimamente esta adolescente está más interesada en su apariencia que en cualquier otra cosa. Tomarse selfies, mostrar el cuerpo, hacer poses deliberadas para destacar partes específicas del cuerpo como los labios, las caderas, los senos o los glúteos, la historia de Mari es representativa de muchas otras historias semejantes. Son tan frecuentes que ya han dejado de sorprendernos, y esta incapacidad de la situación para causarnos sorpresa es lo que nos anuncia lo grave de la situación.
El “Institute of Gender in Media” nos indica que niñas de tan solo 6 años de edad ya entienden que deben ser sensuales para ser atractivas. ¿Cómo hemos llegado aquí? Los padres no comprenden que en parte son los responsables de esta conducta; que la conducta de sus hijas es consecuencia de sus propias acciones… Pues en ocasiones son los propios padres quienes han dado pie a una cultura de hipersexualización de nuestras niñas.
Cuando hablamos de hipersexualización o sexualización de las niñas nos referimos a la insistencia, consciente o inconsciente, de tratar a las niñas como objetos sexuales, carnada sexual, o decorado sensual para el placer de la mirada masculina, no solo por los medios publicitarios y el mercadeo de productos, que les incitan e invitan a comportarse de formas no apropiadas para su edad, sino también por los mismos padres. Padres que caen en las trampas mediáticas y apertrechan a sus niñas con atavíos y accesorios de mujer adulta mercadeados para la población infantil, incluyendo pintalabios, ropa, zapatos, juguetes, accesorios. Igualmente vemos que los ídolos infantiles o “estrellas pop” se comportan, cantan y bailan como los adultos que son, sin embargo, a través del cine y programas de televisión están siendo promovidas al público infantil y las niñas son expuestas a una conducta que luego quieren imitar.
En estudios realizados se ha encontrado que los personajes femeninos en películas calificadas como G (para toda la familia) usan el mismo tipo de vestimenta que las que aparecen en películas calificadas como R (solo para adultos), igualmente la cantidad de “body exposure” en la mayoría de los casos la misma. Esta constante hipersexualización de la imagen femenina (que no opera de la misma manera ni con la misma intensidad en los varones) va calando en nuestros niños y niñas, que se forjan una imagen sexual de sí mismos y del otro.
Mucho se ha debatido acerca de este tema. Algunos argumentan que la infancia de nuestras niñas está siendo secuestrada por una cultura de hipersexualización y, por otro lado, hay quienes sostienen que los adultos estamos reaccionando con asombro a una expresión natural de las niñas que hasta ahora había sido culturalmente reprimida.
La Asociación Americana de Psicología mantiene que hay un riesgo real para las niñas. Las investigaciones afirman que “las consecuencias de la sexualización de las niñas, en gran parte por la influencia mediática, repercute de manera negativa en un desarrollo saludable”. Según el Dr. Zurbriggen, psicólogo y profesor en la Universidad de California, Santa Cruz, “tenemos amplias evidencias para concluir que la sexualización tiene efectos negativos en una variedad de dominios, incluyendo el funcionamiento cognitivo, la salud mental y física, así como en un desarrollo sexual saludable”.
La pornografía es una parte del problema, según la organización canadiense “Réseau québécois d’action pour la santé des femmes”. Las imágenes conocidas como “Soft porn” o pornografía suave son ahora concebidas como normales o típicas dentro de la cultura pop dirigida a los adolescentes (teens) y pre-adolescentes (tweens). Esta exposición conduce a que las niñas formen una autoimagen negativa, en parte por la continua comparación con unos parámetros que no son realistas y a un énfasis excesivo en la apariencia física. Por ejemplo, en un estudio realizado por la fundación Kaiser, se reporta que a la edad de 13 años 53% de niñas estadounidenses se “sienten infelices con sus cuerpos”. Este porcentaje crece a un 78% a la edad de 17 años. Otra de las consecuencias de la exposición excesiva a estas imágenes inadecuadas es la normalización de asumir a las niñas y mujeres como objetos sexuales y decorado sensual. Esta introducción temprana al ámbito sexual está robando el tiempo de juego infantil apropiado que da pie a un desarrollo adecuado de estas edades.
Como padres estamos permitiendo y favoreciendo la hipersexualización y objetificación de las niñas cada vez que nos enfocamos en la importancia de que se vea linda por encima de se muestre inteligente, es decir, que priorizamos su valor como carnada físicamente atractiva al sexo opuesto por encima de su valor como ente pensante capaz de desarrollar un potencial que desborda el ámbito reproductivo. Cuando gastamos más tiempo y dinero en llevar a la niña al salón de belleza una vez por semana para arreglarle el pelo, las uñas y obtener faciales, de lo que gastamos en promover su participación en deportes, o en adquirirle juegos (legos, robots, rompecabezas) o libros, les estamos enviando (a ellas y a los varones de su ámbito) un mensaje clarísimo. Luego nos escandalizamos de vivir una sociedad con tan alta tasa de feminicidios, atravesada por un machismo rampante que le impide una mujer, a cualquier mujer, caminar por las calles de la ciudad sin ser molestada. Y es que cuando contribuimos a la hipersexualización de nuestras niñas, ellas no son las únicas que reciben la lección.
Cada vez que pedimos o permitimos a una niña de 8 años que pose para la foto con la mano en la cintura y empujando las caderas hacia atrás o hacia un lado, con el objetivo de acentuar unos glúteos a los que le quedan muchos años todavía para adquirir la redondez de atributo sexual secundario, cuando les decimos que se tomen un selfie y ellas hacen un “duck face” y nos reímos y lo celebramos, estamos siendo partícipes de una conducta que logra a fin de cuentas robar la infancia a nuestras niñas y entrenarlas como objetos sexuales desde temprana edad.
Las redes sociales están repletas de fotos colgadas por los mismos padres y madres de niñas en poses sensuales o con vestimenta adulta y provocativa, rotuladas con frases como, “Bueeeeno… Si eso es ahora, ¿qué será de mí cuando sea mayor?”, o “Ay lo que me espera”. ¿Qué se supone que están promoviendo con esta foto los padres? ¿Acaso no se dan cuenta de que están colocando a su hija en una situación de peligro? Llamando la atención a la pose provocativa, están objetificando a su pequeña hija delante de sus seguidores y quizá proveyendo material gratuito a pedófilos. Unos años más tarde estos son los mismos padres que se muestran desesperados cuando a los 16 años la misma niña se desnuda en las redes a lo Kardashian, y se preguntan con verdadera candidez qué fue lo que hicieron mal.
Tan arraigado está este problema en nuestra sociedad que resulta imperceptible no sólo para los padres, sino para el público en general que un anuncio por ejemplo de un club juvenil deportivo nos muestra a una joven con un vestido ceñido al cuerpo, exhibiendo muslos y piernas mientras afinca contra el suelo un balón de soccer. La más somera lectura de este anuncio, revela cuáles son las prioridades que valora la institución a la hora de proyectar una imagen que los represente: no es su primacía en el deporte, puesto que la niña no lleva uniforme deportivo, y ciertamente no es la calidad de su educación ni el entrenamiento intelectual que brinda. La valla resultaría menos incongruente si estuviera anunciando una línea de ropa, una marca de cosméticos, o un club para caballeros.
Muchas veces, cuando se les confronta, quienes contribuyen de esta forma a la hipersexualización de nuestras niñas, son incapaces de ver algo malo en sus acciones o decisiones. Pero de lo que sí están muy claros es que jamás tratarían de esa forma a sus hijos varones. A ellos sí los representan como poderosos atletas; a ellos sí los animan a proyectarse como aventureros, científicos, mecánicos, ases de las finanzas, genios de las matemáticas. De ninguna manera permitimos que nuestros hijos varones se proyecten de cara a la sociedad como carnadas sexuales, en poses provocativas. De ninguna manera permitimos que nuestros hijos varones sirvan de decorado sensual. Y si estamos tan claro con nuestros hijos varones, ¿por qué con nuestras hijas el tema se vuelve menos transparente y confuso?
¿Qué podemos hacer?
Dejemos a nuestras niñas ser niñas. Hay un tiempo para todo, incluso para su despertar sexual, esa difícil época en que nuestras niñas estarán físicamente preparadas y mentalmente ansiosas por atraer al sexo opuesto (etapa para la cual, irónicamente, quienes contribuyen a la hipersexualización de nuestras niñas nunca están preparados y que reprimen ferozmente). La infancia es la etapa de la vida fundamental para el desarrollo de una autoimagen sana y una sexualidad saludable. Si interrumpimos estos procesos, empujándolas a que asuman roles adultos, estamos rompiendo un ciclo importante. Como sociedad debemos reemplazar las imágenes sexualizadas de niñas por imágenes que demuestren sus competencias y habilidades, y que sean congruentes con la etapa de la vida que están viviendo.
Rompamos con los estereotipos. Las niñas son hermosas (al igual que los niños) y no solo cuando visten lazos rosados y pintalabios de colores. Son igualmente hermosas cuando no usan ningún tipo de maquillaje y andan en ropa deportiva o jeans y camiseta. Valora el pelo y la piel de tu hija al natural. Celebra y elogia sus logros intelectuales y habilidades más que su belleza física, que es un atributo relativo y pasajero. Ayudemos a nuestros niños y niñas a desarrollar una autoimagen positiva más amplia que la estrecha imagen que ofrecen los medios comerciales. Los códigos belleza de nuestros hijos no pueden seguir siendo dictados por las revistas de moda. Debemos dialogar sobre estos mensajes y despertar a nuestros hijos e hijas de esta hipnosis colectiva. Crear conciencia de que no soy “más niña o menos niña” por usar una ropa específica o un color específico. Si de verdad creemos en una sociedad justa e igualitaria, brindemos a nuestras niñas las mismas oportunidades que a nuestros niños; no insistamos en entrenarlas desde temprano a desfilar por una pasarela para el beneficio de la mirada masculina. Nuestras niñas no son ni objetos, ni decorado, ni objetos sexuales, ni máquinas reproductivas. Nuestras niñas, como nuestros niños, son personas con vida intelectual, con potencial académico, con curiosidad científica, con deseos que sobrepasan las expectativas a las que nos ha acostumbrado una sociedad profundamente machista, y con mucho que aportar a la sociedad, local y global.
Basta de priorizar salones de belleza, pedicuras, manicuras, spas, tacones, ropa para adultos, etc. Invirtamos tiempo y dinero en el juego sano y apropiado, en las bicicletas, patines, pinceles, libros, pelotas, robots y demás… no le robes la infancia a tu hija. ¡Déjala crecer!
Recursos online:
http://www.culturereframed.org/parents-programs/
https://www.dosomething.org/us/facts/11-facts-about-body-image
Contacto: [email protected]
«Déjame Crecer» es una campaña sin fines de lucro que buscar orientar, informar y educar a padres, madres, educadores y la población en general sobre temas que afectan el desarrollo integral de nuestros hijos.
Wara González, M. Ed., Educadora, Directora General del colegio Kids Create y American School of Santo Domingo
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