Volando al ras

Relato: Me estoy enamorando de ti…

  • 9 abril, 2015
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(secuencia de Quiero Conocerte)
Lucía parecía ser ese tipo de mujer independiente, que se siente muy cómoda y feliz en su propia piel. Era una atractiva mujer soltera de 34 años, que se dedicaba a asesorar empresas en materia de administración y manejo de capital humano.  Esta actividad la llevaba a viajar mucho, pero solo fuera de la ciudad, a provincias. Se sentía feliz con la vida como la llevaba. Había tenido algunas parejas ocasionales y solía divertirse, pero hasta ahora, ninguna de estas relaciones habían despertado dentro de ella esa voluntad de querer amarrarse, como solían decirle sus amigas a eso de casarse. Se sentía tan cómoda con su libertad, y con la forma en que manejaba sus horarios, que no veía el amor en su horizonte más próximo. Que las recientes salidas con Andrés hayan cruzado la línea de lo divertido, no significaba que ese horizonte, sobre el cual se sentía en perfecto control, fuera a cambiar.  O al menos, eso creía.
 
Eran ya las ocho de la noche.  Andrés pasaría por Lucía dentro de los siguientes quince minutos. En el último mes y medio, ya habían salido tres veces.  En el más reciente encuentro, él depositó un beso en sus labios. Pero no fue un beso de esos que Lucía había recibido antes. Andrés la besó de una forma muy mesurada, como si hubiera ensayado ese beso por días, como si temiera romperla, o más bien, como si saboreara el gusto de su boca. Se tomó su tiempo.  Ese beso había sido como una caricia. Y mientras la besaba, Andrés había colocado su mano derecha en el codo de Lucía, deslizándola lento y suave por su antebrazo. Cuando Lucía empezaba a levitar por el beso, el solo se despegó de su boca y pronunció lo que pareció ser un quieto suspiro, seguido de un «buenas noches».  Ella sonrió y así se despidieron.
 
Para esta cita, la cuarta, Lucía se reconoció inquieta y eso no le había pasado en sus citas anteriores. Había invertido más tiempo de lo usual en elegir atuendo.  Esta vez decidió llevar un vestido ligero de verano, con tirantes estilo spaguetti, que dejaban sus hombros al desnudo y le hacían gracia a sus clavículas. Las sandalias que eligió eran de taco mediado.  Andrés era mucho más alto que ella, pero con algo de esfuerzo podía igualarlo en tamaño. En cuanto al maquillaje, Lucía nunca gustó de usar mucho, pero esta vez se estusiasmó con algo de luz para sus ojos, aplicando una delicada y sinuosa sombra verde en sus párpados. Algo de brillo labial y el pelo suelto.  Andrés parecía fascinado por su pelo y Lucía se había percatado de ello. Se sentía vanidosa y poderosa de saberlo, aún sin ser una chica presumida, Lucía se sentía grande al lado de él y esa sensación le gustaba.  Desde la calle, el sonido del claxon anunció la llegada de Andrés.  Era la hora de bajar a su encuentro.
 
Andrés llegaba puntual a la entrada del edificio donde vivía Lucía, la mujer que se instaló en su cabeza hace casi tres meses. Él recordó con placer el primer encuentro. El de verdad. Una cita de verdad. Así le había dicho cuando por fin se animó a confesarle que deseaba conocerla.  Esa noche se sentía nervioso. Como los adolescentes suelen sentirse al conocer a una chica que les gusta.  Lucía resultó ser todo eso que imaginó y mucho más. La llevó a un restaurante de la ciudad, uno tranquilo, pero concurrido.  No queria asustarla en un ambiente más íntimo. Sentados en la mesa, él se deleitaba por la forma en que ella movía las manos, como gesticulaba mientras hablaba, la forma en que su pelo parecía tener vida propia y los bucles bailaban locos por sobre sus hombros.  Andrés había descubierto en Lucía a una mujer repleta de ideas, era inteligente y coherente. Todo en ella era fresco y vibrante. El la escuchaba y su hambre no se saciaba.
 
Observó como Lucía bajaba por las escaleras.  Parecía un angel trigueño y la falda de su vestido se mecía de una forma tan sensual, que parecía hacerle el amor al viento. Justo como él le hizo el amor con los ojos, mientras ella devoraba su plato la vez de la primera cita. Ese día, se convenció de que no podría dejar de verla. Y por eso, al concluir la cena, caminaron tranquilamente por la ciudad, conversando de mil temas.  Andrés pensó que con Lucía los temas no se acaban.  Resultaba tan delicioso el sonido de su risa descarada, que le parecía casi narcótica. Y es que cuando Lucía encontraba algo gracioso, se reía de una forma tan natural y desprovista de verguenza y eso a Andrés le producía una exitación desconocida hasta entonces.
Andrés salió del auto y lo rodeó para poder abrir la puerta a Lucía, que coqueta, se detuvo a pocos centímetros de él y le sonrió.
– Buenas noches, Andrés… – le dijo, mostrando su perfecta dentadura y su alegre sonrisa.
– Buenas noches, Lucía…. – respondió Andrés
Ambos se miraron un segundo.  Uno en el que Andrés se metió en sus ojos y por ellos pareció perderse, embobado. Enamorado. Andrés se estaba enamorando de Lucía. Irremediablemente. Lucía sonreía. Le gustaba verlo, y se gustaba a sí misma cuando estaba con él.
Esa noche, Andrés se dirigiría a una nueva etapa en sus sentimientos y descubriría que, si nunca le era suficiente de Lucía, tendría que hacer algo distinto a lo que había hecho hasta este momento.
Continuará…

© Derechos de Autor Gnosis Rivera.-

 

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