Sufro. Ya no estás, ya te fuiste,
pero no me importa, porque te gocé.
Te gocé, como se gozan las cosas ricas e intensas.
Te bebí de un solo sorbo y te vuelvo a consumir cada vez que te recuerdo.
¡No me importa!, pues te amé como solo aman los locos,
los neuróticos, los desterrados y los obsesivos.
Anduve cada esquina de tu cuerpo, me revelé en el pico más alto de tu anatomía
y desde allí, me lancé al más escandaloso de los abismos.
Hambrienta, me desbordé por tus contornos,
me enjuagué la boca con el rumor de tu saliva,
y saboreé todos tus gritos, los finos y los sordos.
¡Sí! Ahora lloro, pero el olor de tu obsesión empedernida
se retuerce en cada espacio de mi casa,
¡sí!, te bebí, ¡sí! te derroché como si sobraras,
te toqué ahí, donde nadie sospechaba que había agua,
y desaté todos tus nudos, y desenvolví tu espalda.
Poco me importa si el llanto me recorra las sienes, o si la cordura me abandona, despiadada.
No estás, pero tu impronta se hizo eterna.
Tu melodía me resuena, tu carcajada me persigue
y tus motivos me manejan. ¡Qué importa que ya no estés!,
si un equivalente de tu pecho me late entre las costillas
si de mi pelo se desprenden bosquejos de tu sonrisa,
iluminando las rutas donde tu memoria habita.
¡Qué importa!, si te amé, si puedo morir mañana y me moriré completa,
muero con la boca llena, de tu palabra, de tu canto.
Si puedo presumirte mientras muchos te ignoran,
¡o peor!, ni te imaginan. No pueden ni concebirte como idea.
Pobre de los idiotas, que por no saber dar contigo
deambulan en una vida prestada, una vida de sonidos amorfos
huecos y saturados de vacío.
No estás, amante mío, pero eso ya no importa.
Si tanto te recorrí, que cuando camino te encuentro y me pierdo
mientras muero aquí, ansiosa de tu memoria, poseída por tu aroma.
Malditos los que no te saben, idiotas quienes solo te sospechan
Dichosa yo, que te tuve y te gocé
y te llevo como arete, prendido de mis orejas.
© Derechos de Autor Gnosis Rivera.-
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