“He tenido que aprender que no es que te dejan de querer.” Dice Mariana, madre de dos hijos, el ‘más pequeño’ un adolescente terminando el bachillerato. Acostumbrada a cuidar de sus hijos, salir con ellos y que ellos quisieran andar pegados de ella todo el tiempo, le fue difícil acostumbrarse a la etapa difícil en que parece que los hijos “dejan de necesitarte”.
“Mi hijo dice que yo lo ahogo, que necesita espacio”, dijo Mariana, “dice que tengo que dejarlo que haga lo suyo.” Los psicólogos están de acuerdo con el hijo de Mariana. Los seres humanos aprenden de la experiencia y de los errores que cometen. Si los padres no les permiten equivocarse, o tomar sus propias decisiones, es probable que no desarrollen la confianza necesaria para salir al mundo.
Para Mariana ha sido difícil acostumbrarse a sentirse un poco sola, pero ha conseguido entenderlo. Durante la adolescencia, comienzan a aumentar los círculos de amigos y conocidos, el mundo del que ya no es niño/a empieza a girar fuera del entorno familiar.
“Lo que peor cae es que hay que seguirlos queriendo aunque se pongan odiosos”, dice riéndose. Si ese amor que sigue dando viene con espacio, entonces la etapa de descubrir y conocer nuevos ambientes no necesariamente resultará en olvidar a la familia por completo.
Así lo demuestra la hija mayor de Mariana, que se mudó hace tiempo de la casa, y aunque es completamente independiente (económicamente) de su familia, sigue teniendo una relación con su madre. “Ahora me lo cuenta todo. Aunque vive lejos, me siento menos sola.”
Y hasta el hijo, con su fiebre de que no quieren que se le peguen, se acuerda de que su madre está tratando de darle el espacio que necesita. Mariana contó que cuando él se fue de viaje, lo primero que hizo fue comprarle un regalo.
*Cambiamos los nombres para que al hijo de Mariana no le dé vergüenza. Con eso de que está en esa etapa.
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